Carta a E K
Concurso día de la mujer Marzo 8 del 2011 en UNIÓN HISPANOAMERICANA DE ESCRITORES.
A mi otra madre, una mujer fuera de su tiempo.
Mi amada Betty, hoy es el día, en que escribo acerca de tu vida. Un merecido homenaje a la mujer entera y valiente que dejaste inmerso en mi ser. Un mundo atrasado para la moderna mujer era tu espíritu aventurero.
Me contaste naciste en una familia de muchos hijos, tu siendo la hija mayor. Tú padre, un hombre severo de carácter; tú madre una mujer sumisa, doblegada a las labores de casa y ser mamá de todos los hijos vinieran al mundo.
A temprana edad quisiste ser hombre, a pesar que tu figura femenina decía todo lo contario, eras mujer de enorme belleza, alta, cabellos rubios, y bellos ojos azules.
Me contaste saliste luchadora desde la barriga de tu madre, también tan pronto pudiste hablar, llorabas y pataleabas por ser igual con tu hermanos varones. Eso te trajo muchos problemas y los consiguientes correazos tu padre te propinaba, por no acatar reglas de comportamiento de niña y tu madre sin poder estar de tu lado, por miedo a las represalias.
Desde los 15 años salías a tempranas horas de la madrugada a trabajar con tu padre, quien era ingeniero civil, vestida con pantalones y botas de cuero, muy mal visto en esa época en una mujer, pero te dabas manijas para agarrar la pala, picota, armar mezclas de concreto, y trabajar codo a codo con los peones de tu padre. Todos viéndote como un bicho raro, mudos, evitaban hablar contigo, porque creían eras una muchacha loca y que debías estar aprendiendo hacer bebés y no estar ahí en medio de todos los hombres.
Las risas de júbilos de todos los obreros, cuando llegaba la hora, y el bus te pasaba a buscar para irte a la escuela.
Como no contar la historia cuando quisiste ir a la universidad y tú padre vociferó un rotundo no, que se escuchó a muchas cuadras, nunca una hija suya saldría bajo su tutela, para ir aventurar. Tu ego desafiante, dijiste, que si él no cambiaba de parecer, te irías de la casa y te casarías con el primer hombre se cruzara en tu camino.
Dos meses más tardes te habías casado con uno de los peones de tu padre, un tal Dibruzini, hijo de italianos, borracho y vil, quien se sentía acomplejado y temeroso de haberse casado con la hija del patrón y prefirió seguir hundido en el alcohol antes de darse cuenta había encontrado a una mujer hermosa, vestida de una gran fortaleza y alhajada de agallas.
Como olvidar la tragedia, esta decisión marcaba tu vida entera y fuiste madre a los nueve meses de salir de tu hogar, y quedaste sola para educar a tu única hija, tuviste dentro este corto y desgraciado matrimonio.
Pero viniste al mundo para hacer lo que tu espíritu quería de ti, y que felicidad cuando te registraste en la universidad, después de dos largos años de agonía, trabajando para juntar el dinero para entrar a la universidad, el hambre y las penurias habías pasado, ya no importaban. Eras la única mujer entre 20 varones para estudiar arquitectura.
Todos tus compañeros, te hacían el vacío, hasta que fuiste homenajeada la mejor de tu clase y en fotografía de tu graduación todos tus compañeros te rodearon, como una bella flor inteligente.
Pasaron los años, y fuiste una arquitecto reconocida, bien remunerada, tanto, que tenías dinero, suficiente comprar una hermosa casa, para ti y tú hija, a menudo aparecer en los periódicos de la época por la importante labor, de reparar edificios, considerados patrimonio histórico de la ciudad y lo gratificante que era tu firma impresa en aquellos monumentos.
Como sufriste, porque tú padre nunca te perdonó haber salido de casa, nunca tampoco quiso reconocer y morir sin aceptar tu vida profesional. Luego al corto tiempo pasaste a ser el sostén de toda tu familia, quedándote al cuidado de nueve hermanos más el de tu hija, y madre con un consumidor cáncer que arrebataba su vida.
Mi amada Elizabeth tu carácter severo, extraño, para muchas personas, incluida tu hija, que nunca pudo congeniar contigo, la mala suerte de haber perdido al único amor de tu vida, Manuel en la Segunda Guerra Mundial, te fueron aislando, quedaste sola, pero ataviada con tus más hermosa creaciones, toda tu obra pictórica esparcidas por tu hogar, hablaban de tu armonioso espíritu.
Tus adorables flores hacías con materiales reciclables, porque, ya tú raciocinio, te lo advertía, el planeta había que cuidarlo, como también su recurso más preciado el agua y eras cuidadosa con no contaminar el medio ambiente.
Tu casa parecía un acogedor parque privado, con todos los arboles fuiste plantando con el paso de los años, y la flores de tú jardín eran diferente a todas las otras casas del barrio, porque te diste a la infinita paciencia de ir por los caminos colectando flores salvajes y las fuiste cuidando con esmero, siempre de la mano con la madre naturaleza. He ahí la fascinante obra arte de todas, el jardín, que a todas horas del día iban apareciendo, flores variados colores y portes, e inclusive en los atardeceres, el jardín entregaba la más bellas orquídeas y la sonrisa se veía dibujarse en tu rostro, era lumínica y te trasladaba a los más bellos sueños pudiste crear en tus fantasías.
Como no mencionar fuiste mi mejor vecina, luego, mi mejor amiga, más tarde mi madre por adopción, porque así quisiste que fuera, porque quisiste elegir quien te amara como madre, sentir ese amor de hija; yo pude entender esa necesidad imperiosa había en tu ser y nos dimos a tarea de amarnos la una a la otra.
La vida te fue arrebatada un día de Abril, a tus 84 años de edad, víctima de un cáncer, luchando hasta el final, peleando con Dios por haber sido tan injusto contigo.
Gracias por haberme dado la más rica experiencia de haberte conocido. Tu aura de mujer entera, justa, no discriminante en mi condición extrajera, sin barreras, a pesar de nuestro distinto idioma, pero me acogiste, nos acogimos como dos mujeres que se ven las grandes virtudes había por ofrecer y nos conjugamos amantes del amor fraternal más allá de las fronteras de la edad y toda injusta razón.
Un homenaje a una mujer fuera de su tiempo, con ímpetu, fortaleza que nadie y nada pudo contener.
Con mucho amor,
Tú hija
Patricia Araya