Plato de papel, encima de la mesa, rostro reminiscencia del sol que se quedó impregnado en tu carne. Tú circunferencia se curva hacia el centro para crear una danza de ribeteados festones que se alargan hacia el abismo, lugar donde caen todos los deshechos en un cementerio de lágrimas. La mirada quieta entre la luz de ayer y la oscuridad irreparable.
Ahora tu cuerpo se compone de pasta vegetal, masa comprimida, hacia otra redondez, más plana y angosta, que choca con una línea marcada, creada por el molde de mi imaginación, donde contengo mis nutrientes para el alma.
En tu blanqueado rostro hay dibujado un círculo banal, que se destaca en el contraste de la luz que una vez fue vida y movimiento. Mis ojos recorren, una y otra vez tus límites circunferenciales, en una hipnotizada aventura que masajea los abismos de la mirada. Si descubro el niño en mí, dibujado va el perfil de la luna que me sonríe cómo mi madre.
Eres piel suave, heredada de una rústica, que trasmutó de un ser vivo a uno inanimado; de verde natural a blanco desquiciado, quizás quedándose así por todo el desmoche, que debiste ser testigo, destinte en una evocación vigorosa.
Tu rostro interior es un molde de galleta sin sabor a nada; oh quizás, un disco volador que llego desde el espacio hasta este confín de idioteces humanas de incultura. Eres bosque de diamante que ya no brilla con su luz propia.
Estas ahí, buscando, te diseñe ideas nuevas como complacerme, te doy el uso necesario, cuando en días, en que mi padre sol, pasa frente a mi ventana; contigo abanico estas desventuradas palabras y cuando te agito, eres nuevamente rama de árbol añoso, tu voz triste es el sonido de un tren despidiéndose de la vida.
Eres la simpleza misma, exánime, conservando el movimiento en tu ADN, me regalas frescor en el rostro y amenizas mis oídos con música que le has robado al viento.
Aún te queda un largo camino por recorrer: ir al vertedero donde té iras mezclándote en una fusión de recicladas esperanzas, y energías del amor; sangre reciclada, recorriendo el camino de regreso a las raíces de tú mismo padre.
Patricia Araya